
Volví a ver esa belleza titulada: «A ghost story» (2017). Una historia de fantasmas y mudanzas: de casas y estados de existencia. Una película sobre lo que perdura.
«Cuando era niña, nos mudábamos con mucha frecuencia. Yo escribía notas, las doblaba hasta hacerlas muy pequeñas y las escondía en diferentes lugares para que, si un día quería volver, hubiera un pedazo de mí esperándome», dice la protagonista en una de las primeras escenas.
Una pareja se muestra feliz, mediante complicidad y abrazos, pero ella tiene miedo. Lo que sigue es la tristeza de ella y el vacío fantasmal de él. El director David Lowery construye su trama basada en la música y el sonido ambiente, antes que en diálogos. Las secuencias son lentas para que podamos apreciar los detalles. Mientras miro: «A ghost story», me siento triste como en plena mudanza de aquel lugar donde fuiste feliz.
El filme muestra que el tiempo pasa distinto para los fantasmas, que siempre están atrapados en sus recuerdos. Yo pienso que todos, en alguna medida y en algún momento, por muertes reales o simbólicas, nos cubrimos con una sábana blanca con un par de agujeros para los ojos.