
Todo el filme «1917» transcurre como un sueño: desde la escena inicial con los protagonistas durmiendo, lo que allí comienza no es solo una historia, es una experiencia onírica que involucra a los espectadores, y mientras ocurren en «tiempo real», algunos de los hechos devienen de forma no realista. Quiero aquí detenerme en un tramo bien particular de la película: llega la noche al pueblo francés en ruinas por la acción de la guerra. Nuestro héroe inglés, luego de ser herido por un disparo alemán, permanece inconsciente por unas horas. Logra incorporarse para atravesar un infierno habitado por bestias solitarias que lo atacan. Huyendo, encuentra el escondite de una mujer que protege a una bebé de la cual desconoce el nombre. El soldado, la mujer y la niña, forman una familia transitoria, mientras un fuego ilumina frágilmente la oscuridad del refugio (el mismo fuego que afuera todo lo destruye). Se limpiarán las heridas, habrá alimento y se recitará un poema. Un momento de paz, en el contexto de la guerra. Un sueño dentro del sueño, enseguida continuará la pesadilla.