El taoísmo es una de las grandes corrientes del pensamiento chino y uno de mis temas predilectos de lectura. Entre lo último que leí al respecto, se encuentra el libro: Silencioso Tao, escrito por el estadounidense Raymond Smullyan, conocido principalmente como divulgador matemático y lógico, reconocido por el tono humorista que le imprime a su obra.
El taoísmo es, por naturaleza, místico. Aunque para contraponerlo con la mirada occidental, Smullyan escribe: «Los cristianos se ven obligados a convencer a los paganos y a los ateos, con el fin de salvar sus almas, de que Dios existe. Los ateos se ven obligados a convencer a los cristianos de que la creencia en Dios es una superstición primitiva e infantil, que hace un gran daño al verdadero progreso social. Y, a causa de ello, pelean sin cesar los unos con los otros. Mientras tanto, el Sabio taoísta se sienta tranquilamente junto a un río, tal vez con un libro de poemas, un vaso de vino y algunos artilugios para pintar, disfrutando del Tao a su gusto, sin tan siquiera preocuparse de si éste existe. El Sabio no necesita afirmar al Tao; ¡está demasiado ocupado disfrutando de Él!».
En la tradición taoísta, el sabio ocupa un lugar relevante, pero a diferencia de otras corrientes tradicionales chinas, el sabio taoísta no tiene respuestas concretas o moralejas exentas de ambigüedad. La arquetípica situación en la cual un aprendiz procura una enseñanza, puede resolverse (o no), como en el siguiente ejemplo: «Un monje fue a ver al Maestro zen Ma-Tsu en busca de la iluminación, y le preguntó: “¿Cuál es el mensaje último de Buda?”. El Maestro replicó: “Te lo diré. Pero cuando se discuten estos temas tan solemnes debes primero hacerle una postración al Buda”. Cuando el monje se dispuso a cumplir y adoptó la posición de postrarse, el Maestro le dio una gran patada en el culo. La inesperada patada lo llevó a una risa incontrolada y disolvió totalmente sus dudas; en ese instante, alcanzó la “iluminación inmediata”. Durante años, decía a todo el que veía: “Desde que recibí la patada de Ma-Tsu, no he podido parar de reír”».
Muchas veces, el error está implícito en las preguntas que realizamos. Siempre, el humor es sabio.